La dinámica trinitaria de la comunidad

«Si hubiese solamente uno, habría soledad y la incomunicación. Si hubiese dos, habría separación (uno es distinto del otro) y exclusión (uno no es el otro), y la relación entre ambos sería un frente-a-frente, en una contemplación narcisista. Al haber tres, surge lo diferente, lo abierto, la posibilidad de que los dos miren hacia fuera de sí en dirección a un tercero. El tres evita la soledad, supera la separación y sobrepasa la exclusión. El tres afirma la identidad (el Padre), se abre a la diferencia (el Hijo) y permite la comunión (el Espíritu)». (São Jose, a personificação do Pai, Leonardo Boff, Vozes, Petrópolis 2005. [San José, Padre de Jesús en una sociedad sin padre, Sal Terrae, 2007)].


Esta dinámica Trinitaria, que nos marca una forma de relacionarse en Dios, es decir de las tres Personas Divinas, que se complementan en el amor, la donación y la entrega, nos muestra no solamente un aspecto simbólico de la realidad, sino la realidad misma, de tal manera que todo en el universo tiende a esta forma de relacionarse, cuya comprensión en su totalidad no nos es posible abarcar, pero cuya intuición, al menos en parte, puede llegar a nosotros, en una dimensión que llamaríamos mística.

El hombre se realiza en comunión con otros, no se puede alcanzar la estatura humana sino es en comunión con otros, esto implica recibir y darnos al otro, superar desconfianzas, incapacidades naturales de comunicarnos, lenguajes e historias diferentes y al otro sólo lo alcanzaremos, muriendo a ciertos aspectos inherentes a nuestro ser individual (Dinámica Pascual). Esto sólo puede ser hecho con la ayuda del Espíritu Santo que hay en cada uno de nosotros.-

Entonces cuando nos unimos en comunidad, lo que hacemos es ceder a una pulsión profunda de nuestro ser que busca realizar su felicidad, y esta es la dinámica relacional Trinitaria, que nos vincula a otros en un ámbito de donación mutua. Esto nos humaniza-diviniza.

Este vivir en comunidad es connatural al ser humano y significa la realidad Trinitaria en cualquier actividad humana, pero cuando la comunidad se reúne en nombre de uno de la Trinidad, el Hijo, recibimos el don Trinitario, y Éste nos desborda y la comunidad se vuelve, ontológicamente comunicadora (consustancialmente misionera). Lo que se trasmite no es una doctrina, sino una experiencia vital, que actúa de formas no siempre comprendidas por nosotros en la realidad, que son los otros y la creación toda, de tal manera que obra como una especie de catalizador del proceso Trinitario en esa realidad… y vinculando a las comunidades que se reúnen en su nombre.

Es así que el Espíritu actúa, comprometiéndonos, a través de lo humano, especialmente (pero no exclusivamente), para desatar el proceso de relación Trinitaria en toda la creación (incluyendo a la humanidad). Esto se concretiza principalmente transformando en signo-sacramento a las comunidades que, vinculadas a esa dinámica, se reúnen en su nombre (que es algo más que decirlo, es vivirlo-hacerlo), pues muchas comunidades que se reúnen en su nombre no viven-hacen el proceso de entrega-recepción del otro en el Espíritu, y al no vivirlo se cierran a la acción del Espíritu y no pueden trasmitir la vivencia relacional Trinitaria, porque para trasmitirla se debe vivirla-hacerla o de lo contrario no existe comunión, pues esa relación Trinitaria es esencialmente Eucarística, como vivencia y como sacramento. Si realizo el rito y no vivo-hago eucarísticamente, si sólo existe la mímica, no la vivencia profunda, esto se agota en gestos ritualistas vacíos de contenido, y hay un impermeabilizarse al proceso Eucarístico-Trinitario. Cuando se vive ese proceso, nace la necesidad de fundirme en lo comunitario, sin dejar de ser personas o sea de comulgar con los otros en Jesús… La vivencia de esa dinámica Eucaristía-Trinitaria crea la necesidad de compartirla-trasmitirla-entregarla (Evangelización), hasta tal punto, que nuestras relaciones, multiplican ¿encarnan? esa presencia de Dios y eso nos transforma en comunidad signo-sacramento.

 

Gabriel Sánchez