EL HIJO CUBIERTO DE BESOS
Dolores Aleixandre rscj

Un hombre tenía dos hijos. 12 El menor dijo a su padre: «Padre, dame la parte de la herencia que me corresponde». Y el padre les repartió el patrimonio. 13 A los pocos días, el hijo menor recogió sus cosas, se marchó a un país lejano y allí despilfarró toda su fortuna viviendo como un libertino. 14 Cuando lo había gastado todo, sobrevino una gran carestía en aquella comarca, y el muchacho comenzó a padecer necesidad. 15 Entonces fue a servir a casa de un hombre de aquel país, quien le mandó a sus campos a cuidar cerdos. 16 Habría deseado llenar su estómago con las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie se las daba: 17 Entonces, entrando en sí, se dijo: «¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan de sobra, mientras que yo aquí me muero de hambre! 18 Me levantaré, me volveré a casa de mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. 19 Ya no merezco llamarme hijo tuyo; trátame como a uno de tus jornaleros». 20 Se puso en camino y se fue a casa de su padre. Cuando aún estaba lejos, su padre lo vio, y, profundamente conmovido, salió corriendo a su encuentro, lo abrazó y lo cubrió de besos. 21 El hijo empezó a decirle: «Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo». 22 Pero el padre dijo a sus criados: «Traed, en seguida, el mejor vestido y ponédselo; ponedle también un anillo en la mano y sandalias en los pies. 23 Tomad el ternero cebado, matadlo y celebremos un banquete de fiesta,24 porque este hijo mío había muerto y ha vuelto a la vida, se había perdido y lo hemos encontrado». Y se pusieron a celebrar la fiesta. (Lc 15,11-24)

Conocemos la parábola del “hijo pródigo” por la etapa oscura del hijo menor, pero olvidamos que este personaje pasa en la narración por un proceso que desemboca en el momento final en que su padre corre a su encuentro y lo cubre de besos. El verbo griego que usa Lucas (katafilesen) indica efusión, ternura y contacto físico y eso nos permite hablar del “hijo cubierto de besos”.

El itinerario largo y colmado de incidencias que recorre antes de fundirse en un abrazo con su padre, recuerda la azarosa y controvertida existencia de Jacob que también salió huyendo de la casa paterna., buscó con avidez acrecentar su posición y sus bienes y pasó por mil aventuras, errores y trampas. Su comportamiento está siempre dirigido a ocupar el primer puesto, ser el mayor y estar por encima. Pero al final de su vida, ya muy anciano, y en una escena en la que también abundan la efusión y los besos, encontramos por fin a un Jacob "coincidente" con Dios que bendice a su nieto menor con la bendición reservada al mayor, rendido a su extraña manera de juzgar y de elegir. (Gen 48) Le había costado la vida entera coincidir con las preferencias de Dios pero, por fin, había alcanzado esa “afinidad” con Él. Una larga existencia de contradicciones y discordancias, culmina en una identificación ya espontánea con Dios y sus caminos. Jacob es el “hijo pródigo” del Antiguo Testamento.

Volviendo al hijo menor de la parábola, podemos recorrer junto a él cada etapa de su proceso, reconociendo en cada una los mismos rasgos que aparecen en los testimonios de quienes dan cuenta de su experiencia mística.

En el principio era el vacío. Un vacío provocado por la ausencia de alimento y experimentado como hambre (v.16), se convierte en el punto de partida de su deseo de retornar a casa. Es un elemento que aparece constantemente en los textos bíblicos como condición de posibilidad del encuentro con Dios, desde que en el segundo relato de la creación del Adam, Dios sopló en sus narices aliento de vida (Gn 2,7): la posibilidad de vida queda vinculado a lo que en el ser humano hay de vacío, de hueco, de carencia, de no-ser, porque sólo a través de ese espacio vacío puede llegarle algo desde fuera. A partir de ese momento, toda carencia simbolizada por el hambre, la sed, la fragilidad, la pobreza o la esterilidad, se convierten paradójicamente en ocasión de que Dios vuelque en ese vacío toda su misericordia. Ese es el sentido de que Sara, Rebeca y Raquel, las matriarcas que fundaron la casa de Israel, fueran estériles y el dato neotestamentario de la virginidad de María apunta en esa dirección, al presentarla como absolutamente vacía de sí misma, como cuando en la primera Creación el Espíritu planeaba sobre el caos y el vacío iniciales.[1]

Según la bella parábola de un sufí persa, en el mes de Nisan las ostras suben de las profundidades del Mar de Omán y se posan con la boca abierta en la superficie. El vapor se eleva del mar y cae como lluvia por mandato de Dios y algunas gotas entran entonces en las conchas abiertas y éstas se cierran, bajan a las profundidades del mar con su corazón lleno y cada gota de lluvia se convertirá en perla” [2].

El hambre es el mejor símbolo de los deseos, esos “aposentadores de Dios en el anima”. Lo sabía bien San Agustín cuando decía: “Tu deseo es tu oración; si el deseo es continuo, continua es también tu oración. Si no quieres dejar de orar, no interrumpas el deseo. Tu deseo continuo es tu voz, tu oración continua. Si tu deseo está en tu interior, también lo está el gemido. Y el gemido no siempre llega a los oídos del hombre, pero jamás se aparta de los oídos de Dios.”[3]
Según el Maestro Eckhart, todas las criaturas claman por volver de nuevo al interior de donde han fluido. Toda su vida y su ser son un clamor y un ansia por regresar a aquel del que han salido. El hijo menor de la parábola es una de esas criaturas.[4]

Un segundo momento en la narración lo constituye este indicio precioso: entrando en sí… (v.18). Podríamos decir que el hijo menor “entró en su qereb”, un término hebreo que evoca el centro de un ser vivo, lo que hay dentro de él: vísceras, entrañas, interioridad e intimidad. Y a la vez podríamos considerar este indicio como la versión lucana de la recomendación de Mateo sobre la oración: Tú, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, cerrando la puerta, ora a tu Padre que está en lo escondido. Y tu Padre que mira en lo escondido, te recompensará (Mt 6,5-6). En ese espacio íntimo y secreto (en soi para Lucas, tameion para Mateo) donde tomamos las opciones más decisivas, no estamos ya más que bajo la mirada del Padre. Para acceder a él, hay que realizar un desplazamiento de lo exterior a lo interior (entra en ti mismo, entra en tu aposento), y tomar después una decisión de ruptura y separación (cierra la puerta).
A partir de ahí, se inaugura un nuevo modo de relación con el propio yo: el personaje anterior se ha quedado fuera y el sujeto que está “en lo escondido” ya no está bajo la mirada de otros, sino solamente ante la de ese Padre que es también Madre.

"Dentro de ti hay un lugar silencioso e inviolable al que puedes retirarte en cualquier momento para ser tú mismo", decía el Siddharta de H. Hesse[5]. El hijo menor había huido no sólo de su casa sino también de su centro más íntimo, profundo y personal, pero el hambre le hizo regresar a él. Y ahí hizo la experiencia a la que alude Simeón el Nuevo Teólogo: “El verdadero cristiano experimenta la gracia de Dios como una madre experimenta el movimiento de un niño en su vientre”. [6]

San Juan de la Cruz habla del centro y de “lo hondo” [7] y cuando una hermana lega le preguntó un día:
“- Padre, ¿por qué cuando salgo a la huerta y me sienten las ranas se escapan enseguida y se esconden en el fondo del estanque?”, Fray Juan le contestó: - “Hermana, es porque ese es el lugar y centro donde tienen seguro el lugar. Y así ha de hacer, hermana Catalina: huir de las criaturas que le pueden hacer daño, zambullirse en su hondo y centro que es Dios y esconderse en él”. Y en una carta recomendaba: “A nuestra hermana Catalina, que se esconda y vaya a lo hondo”.[8]

Ahí, en ese centro, “se escondió” el hijo menor y ahí encontró la fuerza para su decisión de retorno: Me levantaré, me volveré a casa de mi padre (Lc 15,19). En la tradición budista se cuenta la parábola del mono saltarín que de un salto volaba a millas de lejanía. Un día retó al Buda: “De un salto me planto en aquellas tres cumbres que se divisan en el horizonte, escribo mi nombre en cada una de ellas y regreso aquí al instante”. El Buda sonrió: - “Haz la prueba, pero no irás muy lejos”. El mono saltó, brincó de cumbre en cumbre y regresó tras haber puesto su firma en cada pico. El Buda lo recibió sonriente mostrándole tres de sus dedos: en la yema de cada uno aparecía estampada la firma del mono; los tres picachos lejanos coincidían con los dedos del Buda. “Vayas donde vayas, estás en la palma de mis manos” [9]

La decisión: Me pondré en camino hacia la casa de mi padre (v.18)

El viaje a la propia interioridad y la transformación que tiene lugar ahí, se verifican en la conversión, en la vuelta a la casa paterna. La tradición bíblica conoce bien, desde Abraham, ese dinamismo de peregrinación que supone dejar atrás “la propia tierra” (Gen 12,1). Más tarde habrá que dejar atrás otros lugares de muerte: “¡Saca a mi pueblo de Egipto!”, ordenó Yahvé a Moisés (Ex 3,10); “¡Salid de Babilonia!” (Is 52,11), repitió muchos años más tarde por boca de un profeta en el exilio.

Para Thomas Merton lo que el relato del Génesis sobre la caída quiere decir es que venimos al mundo con un falso yo y que nacemos con una máscara, siendo una negación de lo que se supone que hemos de ser. Si quere¬mos volver a Dios y encontramos en él, debemos invertir el viaje de Adán y Eva y des¬andar su camino, atravesando el centro de nuestra alma para encontrar a Dios. Su discurso gira en torno a dos imágenes que coinciden esencialmente con las de la parábola: la del «viaje» y la del «yo». Lo mismo que para el hijo, se trataría para todos nosotros de emprender un itinerario de auto descubrimiento para encontrar nuestra verdadera identidad en Dios. Esta es la convicción de Merton: “Si le encuentro me encontraré y si encuentro a mi verdadero yo le encontraré a él”[10]

El abrazo del Padre: Cuando aún estaba lejos, su padre lo vio, y, profundamente conmovido, salió corriendo a su encuentro, lo abrazó y lo cubrió de besos. (v.18)
Mientras que el hijo camina (elthen) el padre corre (dramôn), dos verbos que expresan algo en que los textos místicos insisten sin cesar: el deseo de Dios por encontrarnos supera infinitamente al nuestro[11]. Ya lo decía la primera carta de Juan: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros” (1Jn 4,10).

Los escritores bíblicos ponen todo su empeño en convencernos de que de lo que es Dios quien nos desea y lo nuestro es abrirnos a Él, acoger su empuje, dejarnos trabajar por la fuerza salvadora de su gracia. Lo sabía bien Pablo cuando después de decir: “continúo mi carrera por ver si consigo alcanzar a Cristo”, añadía: “por quien yo mismo he sido alcanzado” (Fil 3,12)[12]
“Si el alma busca a Dios, recuerda San Juan de la Cruz, mucho más la busca su Amado a ella. En este negocio, es Dios el principal agente y el mozo de ciego que la ha de guiar adonde ella no sabía” (Llama 3,28).

La entrada en el silencio

El hijo llevaba preparado un discurso: “… le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no merezco llamarme hijo tuyo; trátame como a uno de tus jornaleros”. (vv. 19-20), pero sólo llega a pronunciar la primera parte: «Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo».(v.21). ¿Dónde fue a parar la segunda? ¿No podemos deducir que uno de los efectos de estar “cubierto de besos” es la entrada en el silencio pleno que acompaña a la menujah? Se diría que estaba siguiendo el consejo del autor de La nube del no saber: “Aquello que sientas te dirá cuando has de hablar y cuando has de estar en silencio. Y te dirigirá discretamente en toda tu vida sin error alguno y te enseñará místicamente..., lo que está más allá de las palabras...”[13]

“Cuando oréis, no habléis mucho...” (Mt 6,7) recomienda Jesús en su enseñanza acerca de la oración, haciéndose eco de la sentencia de Qohelet:
“No te precipites con tu boca
ni se apresure tu corazón a proferir una palabra ante Dios,
porque Dios está en el cielo y tú en la tierra.
Por tanto, sean tus palabras contadas” (Qo 9,17)

La exhortación al silencio en la presencia de Dios es frecuente en la Escritura: ¡Silencio en presencia del Señor!” (Hab 2,20); Es bueno esperar en silencio su salvación (Lam 3, 25) ; “...allano y silencio mi deseo como un niño en brazos de su madre... (Sal 131,1) Y en la teofanía del Horeb, Elías reconoce el paso de Dios cuando escucha: “la voz de un silencio tenue” (1Re 19,12).

La entrada en el silencio es una enseñanza común a todos los místicos: “Los misterios simples, absolutos e incorruptibles de la teología se revelan en la tiniebla más que luminosa del silencio”, decía el Pseudodionisio.[14] Y Taulero: “Durmamos en Dios suavemente y en aquel entrañable reposo, escuchemos lo que Él habla en nosotros y pasemos a la oscuridad del sabio silencio. (...) Elige pues, una de dos: callar tú y hablará Dios o hablar tú para que él calle. Debes hacer silencio. Entonces será pronunciada la palabra que tú podrás entender y nacerá Dios en el alma. En cambio, ten por cierto que si tú insistes en hablar nunca oirás su voz. Lograr nuestro silencio, aguardando a la escucha del Verbo es el mejor servicio que le podemos prestar”. [15]

El místico va más allá de la razón y del pensamiento para penetrar en un silencio donde ya no necesita palabras o conceptos porque Dios está inmediatamente presente. Quizá era este el origen del silencio de Tomás de Aquino al final de su vida, después de una intensa experiencia de Dios. Cuando le preguntaban por qué ya no enseñaba ni escribía contestaba: “Ya no puedo, todo lo que he escrito ahora me parece paja”. Había sido silenciado, lo mismo que el hijo de la parábola, por un abrazo del Padre.

El nuevo nacimiento. Es el padre quien da el testimonio: “Este hijo mío había muerto y ha vuelto a la vida”(v. 24). La alusión al renacer y al alumbramiento del hombre nuevo es común a toda la experiencia mística. Al comenzar el tiempo de Adviento, el Maestro Eckhart decía: “Entramos en el tiempo del nacimiento eterno por el cual, Dios Padre ha engendrado en la eternidad y no cesa de engendrar a fin de que ese mismo nacimiento se produzca hoy en el tiempo, en la naturaleza humana. Pero el que se produzca siempre ese nacimiento ¿de que me sirve si no acontece en mí? Que acontezca en mí, eso es lo que importa (…) El propósito principal de Dios es dar vida y no está satisfecho hasta que no engendre a su Hijo en nosotros. Y tampoco el alma estará nunca satisfecha hasta que el Hijo nazca en ella”.[16]

El abrazo y los besos del padre hicieron innecesario cualquier discurso para su hijo. Estaba naciendo de nuevo, quizá por eso Rembrandt pinta su cabeza hundida en el seno de su padre, como hundiéndose de nuevo para renacer en el útero materno. La declaración del padre sobre lo que ha ocurrido con su hijo, es inequívoca: “Este hijo mío había muerto y ha vuelto a la vida” (v. 24). Estaba aconteciendo aquello que Nicodemo había escuchado de labios de Jesús: “No te extrañe que te diga: tienes que nacer de nuevo” (Jn 3,7). La 1ª Carta de Pedro recoge así esta experiencia: “Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que por su gran misericordia, a través de la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha reengendrado para una esperanza viva…”(1Pe 1,8)


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[1] LEGRAND, L. “Fécondité virginale selon l’Esprit dans le Nouveau Testament”. En: Nouvelle Révue Theol. Nº 8, Sep.-Oct.1962, pp.793-794
[2] SHABESTARI, M. El jardín del misterio. Barcelona, Ed. De Bolsillo, 2003, p. 64
[3] SAN AGUSTÍN, Comentario al salmo 37.Viernes 3ª semana de Adviento.
[4] MAÎTRE ECKHART. Sermón “Dios es un Verbo que se habla a sí mismo” Nº 85. Op.Cit. p. 85
[5] SHABESTARI, M. Op.Cit. p.34
[6] MALONEY, G. The Mystic of Fire and Light: St. Symeon the New Theologian. New Jersey, Ed. Dimension Books, 1975, p. 80 (Citado por JOHNSTON, W. Teología Mística. La ciencia del amor. Barcelona, Ed. Herder, 1997, p. 92)
[7] “El centro del alma es Dios, al cual, aunque hubiere llegado según toda la capacidad de su ser, y según la fuerza de su operación e inclinación, habrá llegado al último y más profundo centro suyo en Dios, que será cuando con todas sus fuerzas entienda y ame y goce a Dios: y cuando no ha llegado a tanto como esto…(…) no está satisfecha, aunque esté en el centro, pero no en el más profundo, pues puede ir a lo más profundo de Dios” (Llama, I, 12)
[8] ROSSI, R. Juan de la Cruz. Silencio y creatividad. Madrid, Ed.Trotta, 1996, p.92
[9] MASIÁ CLAVEL, J. Respirar y Caminar. Ejercicios espirituales en reposo. Bilbao, Ed.Desclée de Brouwer, 2001, p.32
[10] BELTRÁN LLAVADOR, F. Thomas Merton y la identidad del hombre nuevo. En: El sol a medianoche. Op.Cit. pp.119-134
[11] Es la convicción de Marguerite PORETE: “Soy amada por uno solo que me entrega su amor. He dicho: le amaré, pero miento, es Él el único en amar. Él es y yo no soy, y ya nada me importa sino aquello que Él quiere, aquello que Él vale. Él es la plenitud y yo la recibo. Ese es su corazón divino y estos son nuestros leales amores”. Espejo de las almas simples y anonadadas. Cap.122. En que el alma comienza su canción. En: GOSSET, T. (compilador). Femmes mystiques. Époque Mediévale, Paris, Ed.La Table Ronde, 1995, p. 71
[12] “Es por su amor desmesurado por lo que Dios ha puesto nuestra felicidad en nuestra pasividad receptiva. Cada don suyo prepara la recepción de uno nuevo y mayor”. (MAÎTRE ECKHART. Sermón 102. Sur la naissance de Dieu dans l’âme. Mesnil-sur l’Estrée, Ed. Arguyen, 2004, p. 5)
[13] ANÓNIMO, La nube del no saber, Barcelona, Ed. Herder, 2000, p.24
[14] P.G.3 col.1000
[15] TAULERO, J. Instituciones. Temas de oración. Salamanca, Ed.Sígueme, 1990, pp. 153. 222
[16] MAÎTRE ECKHART, Sermón 101, Nº1. Sur la naissance…Op.Cit. p.35

 

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